La Fuerza Inspiradora
La realidad de nuestros Colegios y de toda la acción pedagógica que ocurre en ellos proviene de una forma de comprender a la persona y la vida humana, que hemos querido aprender de Jesucristo. Nuestro esfuerzo es llevarla a animar todas las dimensiones de la convivencia y del quehacer escolar. Esta antropología pedagógica ha sido formulada en el documento “El tipo de persona que queremos formar”, y constituye el fin hacia el que nos movemos, orientando todo lo que hacemos. Se la ha ordenado en torno a tres palabras claves: persona- vínculosresponsabilidad.
La Vocación a “Conocer”
Nuestros Colegios Monte Tabor y Nazaret son una respuesta institucionalizada a la vocación de la persona humana a entrar en relación con la realidad, a conocerla y a crecer en ella hacia una plenitud. Este proceso de enseñanza-aprendizaje es determinante en la organización y la vida de nuestros Colegios.
Nuestro Currículo
Entendemos el currículo como un proceso personal y comunitario, sistemático, progresivo y pedagógicamente intencionado de encuentro de cada alumno, de acuerdo a su propia originalidad y vocación, con la realidad en cuanto verdadera. En ese contexto, nuestro currículo es tanto una oportunidad para la expresión de la originalidad de los alumnos, así como está al servicio de su máximo desarrollo.
La Excelencia que Buscamos
La excelencia académica es una aspiración fundamental de nuestros Colegios. Ella aporta al desarrollo integral del hombre y “contribuye al máximo desarrollo de las capacidades de los alumnos, por tanto de su originalidad; posibilita la comprensión del mundo como momento del descubrimiento y comprensión de su propia realidad; permite el desarrollo cada vez más amplio y profundo de vínculos con los demás hombres y la realidad natural y sobrenatural; y hace posible que cada persona asuma, de acuerdo a su etapa de desarrollo y posibilidades, la conducción de su propio proceso de aprendizaje.”
La Libertad en la que Creemos
Dios crea al hombre como una persona. Lo hace enfrentar la realidad desde un centro personal, desde una propia interioridad. Él vive a partir de un propio interior que es capaz de conocer y amar. El ser humano es entonces por esencia portador lúcido y activo de su propia existencia. En este sentido Dios ha regalado al hombre algo que es propio de Él: enfrentar la realidad desde un centro personal espiritual. Así surge el hombre que, con consecuencia de sí mismo, es capaz de ser sujeto de su historia.
El ser persona le entrega al hombre un grado de posesión de sí mismo y una capacidad de disponer de lo propio, de determinar su camino. Éste es el lugar de su libertad. Si bien esa libertad no es absoluta, su libertad es suficiente para que sus actos sean propiamente humanos y propiamente suyos. El hombre está llamado a desarrollarse como protagonista de su propio destino. La libertad de la persona humana consiste entonces en primer lugar en esta capacidad del hombre de asumir su propia vida.
Poseerse a sí mismo implica asumir la propia existencia. Un primer rasgo central de esa sana posesión de sí mismo es el conocimiento de sí mismo. Un adecuado conocimiento de la propia persona, de sus talentos y límites, del proyecto que ella encierra y la misión que ha recibido, es el fundamento para la valoración de sí mismo, para la aceptación y el desarrollo de la propia forma de ser. En la visión cristiana del hombre lo central en la vida de cada uno son los talentos. El sentido de la vida es, en último término, conocer los dones que Dios le ha dado a cada uno, desarrollarlos y aprender a compartirlos en el amor. La libertad es la capacidad de actuar lúcida y positivamente sobre mi propia vida para conducirla a esa plenitud de amor que es mía, original e irrepetible.